El hígado es un órgano muy importante de nuestro cuerpo por la enorme cantidad de tareas que realiza. Entre otras, se encarga de administrar la glucosa, de forma que a las células de nuestro cuerpo que son muy dependientes de ella (glóbulos rojos, células nerviosas, por citar dos ejemplos) se les asegure su suministro. (El propio hígado es capaz de fabricar la glucosa pero no la consume, no vive de ella, sino de otros combustibles, y así la glucosa queda para los tejidos que la necesitan.) El hígado también fabrica grasas como el colesterol. Exacto, esa molécula tan denostada no solo la ingerimos en la dieta, la sintetiza nuestro hígado. Y es que sin colesterol nos moriríamos: está en las membranas de nuestras células y a partir de él otros órganos fabrican multitud de moléculas esenciales para la vida, como hormonas (las sexuales, por ejemplo) y la vitamina D. (Otra cosa es que nuestros niveles de colesterol en sangre estén por encima de lo deseable, ojo.) Otra función clave realizada por el hígado es la de eliminar moléculas tóxicas, tanto ingeridas por el individuo (la mayoría de fármacos se metabolizan en el hígado) como generadas en el propio metabolismo celular. Se podrían citar muchas más funciones pero, en definitiva, si falla el hígado empieza a fallar todo.
Cuando al hígado se le «agrede» empieza a sufrir unas lesiones que aparecen esquematizadas en la imagen de más abajo. Esta gama de lesiones van a aparecer independientemente del agente agresor del que se trate. Por ejemplo, los tóxicos (y aquí habría que incluir el alcohol) y los virus (los que producen las hepatitis). También ocurren el algunas enfermedades de tipo genético.
La primera imagen por la izquierda es la de un hígado sano. La siguiente corresponde a la primera lesión, se denomina hígado graso. El término médico es esteatosis. Se trata de la acumulación de grasa (las gotas blancas que se ven en la imagen) en el hígado. No es bueno tener el hígado graso. Recientemente, los casos de esta lesión se han disparado debido a que está relacionada con otras patologías como la diabetes y la obesidad, los cuales a su vez están alcanzando cifras de pandemia (o epidemia a lo bestia) en todo el mundo.
Si el agente no es eliminado y continúa la agresión (por ejemplo el paciente no se cura de la hepatitis con el tratamiento, o bien sigue bebiendo alcohol), la lesión evoluciona a una esteatohepatitis. Significa que además de grasa acumulada hay inflamación. En la tercera imagen se ve la grasa en la parte superior; en la parte inferior hay unos puntos azul oscuros que son células del sistema inflamatorio. Si sigue la agresión empieza a formarse una cicatriz en el hígado que se denomina fibrosis. Son las líneas naranja oscuras de la siguiente foto. Parece, aunque aún existe discrepancia, que si en este momento el agente causal es eliminado el hígado se recupera y se retornaría a la situación sana. En caso contrario, la fibrosis se agravaría (las líneas gruesas moradas) y aparecería la cirrosis hepática. Aquí ya no hay marcha atrás. En el mejor de los casos el enfermo puede estabilizarse y vivir con esta patología, si bien las complicaciones que pueden surgir son muchas y graves. Además un determinado porcentaje de pacientes pueden desarrollar cáncer de hígado (la última foto).
Mi experiencia en el tema del hígado graso se limita de momento a una colaboración con el Dr. Mark Czaja, del Albert Einstein College of Medicine de Nueva York, que podéis leer aquí. Estudiamos el efecto de una dieta rica en grasa (¡también este tipo de dieta produce hígado graso!) en ratones de 3 edades distintas, equivalentes a individuos jóvenes, de mediana edad y viejos. Los resultados se compararon con ratones de las mismas edades pero alimentados con una dieta con poca grasa. Fue muy sorprendente ver cómo un ratón alimentado con la dieta pobre en grasa pesaba veintitantos gramos, comparados con los 50 gramos de un ratón alimentado con la dieta rica en grasa. Esos ratones aparecen en la foto de arriba. Otro detalle es que el pelo se le pone de punta (se aprecia en el ratón de la derecha) y lleno de grasa. Del hígado ya ni os cuento… El trabajo viene a decir que la edad no tiene influencia en la esteatosis pero sí en la esteatohepatitis, la emperora.
Por supuesto, nos gustaría continuar investigando en este campo en el que queda mucho por saber y hacer. El único tratamiento para los estadios finales de la enfermedad es el trasplante, ya sea de hígado total o parcial. Es cierto que se va renovando el arsenal de antivirales. Y que se van probando terapias que de momento están en fases iniciales de investigación en humanos, como el trasplante de hepatocitos y células madre. Sobre todo esto podéis leer más.
Pero es que las cifras de esta enfermedad son demoledoras, como se menciona en The Burden of Liver Disease in Europe. Basta con leer la página 5 de este informe.
En Asia y Norte América los datos no son más optimistas. Así que nos vemos en el laboratorio.
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